septiembre 27, 2010

Un viajero de lo estético, cuyo hogar es el camino.

Un sombrío bosque de abetos se cernía amenazador sobre las márgenes del río helado. No hacía mucho que el viento había despojado a los árboles de su manto blanco, y éstos parecían arrimarse mutuamente bajo la agonizante luz del crepúsculo, negros como un mal presagio. Un vasto silencio reinaba sobre la tierra. La misma tierra era una desolación pura, sin vida ni movimiento, tan fría y desnuda que su espíritu no era siquiera el espíritu de la tristeza. Se insinuaba una especie de risa más terrible que cualquier tristeza: una risa amarga como la sonrisa de la Esfinge, una risa fría como la escarcha y que participaba de una siniestra infalibilidad. Era la magistral sabiduría de la eternidad que se reía de la futilidad y los inútiles esfuerzos de la vida. Era la naturaleza salvaje, el helado corazón de las tierras salvajes del Norte.
JACK LONDON, Colmillo blanco -

Hay gente que no entiende su pasión por la naturaleza, su necesidad de alejarse de la civilización para simplemente ser. Estar rodeado de hermosura cruda, de hostilidad imponente, estar solo para leer, para escuchar el silencio, para mirar el cielo, para sobrevivir.
Si digo que me representás enteramente, no miento. Tengo la imperiosa necesidad
(sí, no encuentro un puto sinónimo) de aislarme para entender el mundo, descubrir y crearme, hallarme; recluirme, aislarme rodeada de pureza.
La sociedad no me satisface, no llena mi espíritu; es todo material, superficial. Incluso las relaciones entre los mismos pares lo son, cuánta gente es rescatable? Dos, tres, cuatro, no más. Sí, ya sé, el hombre es "naturalmente" sociable, pero no hay, acaso, un exceso de sociabilidad? o quizás, la carencia de esta. Entre tanta tecnología, tanta globalización, tanto flujo de información constante y tanta materialidad, nos perdimos. Se pierden las identidades y uno no es más que un nombre en el MSN o Twitter
(que no sé usar), uno no es más que las fotos que se saca y qué ropa se pone.
Y pensar que tengo abierto el MSN, el mail, el facebook, un libro online y el winamp, sí que soy hipócrita. Pero hay veces que se me hace casi imposible no dejarme influenciar por los estereotipos. Y creo que eso es lo que más me molesta: todavía ser un intermedio entre el falso utilitarismo y la libertad salvaje.
De todos modos, lo que venía a dejar plasmado acá, es que mi admiración por este chabón, por Christopher Joseph McCandless, es inexplicable, instransmisible, inmutable, inmóvil y única
(las palabras de Parménides viven en mí). Y una última cuestión: Into the Wild es un peliculón más que recomendable para cada ser vivo libre.

Dormimos con la música del tiempo; despertamos, si alguna vez lo hacemos, con el silencio de Dios. Y entonces, cuando abrimos los ojos a orillas del tiempo increado, cuando la deslumbrante oscuridad se abre paso a través de las lejanas colinas del tiempo, llega la hora de apartar cosas como nuestra razón o nuestra voluntad; llega la hora de regresar a casa. No existen los hechos, sino los pensamientos y el complicado vaivén del corazón, el lento aprendizaje sobre dónde, cuándo y a quién amar. El resto sólo son habladurías e historias para los tiempos venideros.
ANNIE DILLARD, Holy the Firm -

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